El clan de las gaviotas

El otro día estando en la playa presencié una escena natural que me hizo reflexionar. Estaba tomando un poquito el sol al atardecer, cuando me di cuenta de la presencia de un pequeño pollo de gaviota. 

Se que no hay mucha gente a quien le caigan bien las gaviotas, pero a mi me gustan mucho estos animales y siempre los observo con detenimiento y me divierto con sus comportamientos.

El caso es que el animalito, estaba solo en la playa y graznaba nervioso llamando a su mamá. Emitía ese sonido una y otra vez y a cada graznido del bebé yo podía escuchar la respuesta de su mamá,  que sin duda estaba al corriente de todo, aunque yo no la viera por ningún sitio y el pequeño tampoco. 

Estaba el pobre bastante apurado, dando vueltas y mirando por todos lados. Yo me puse nerviosa también pensando que el polluelo estaba perdido y no entendía cómo podía estar solo en la playa. 

Al cabo de un rato se relajó y empezó a explorar por la arena y la entrada al agua. Era muy gracioso, con su cuerpo pequeño y repleto de plumón, así que, como yo, otras personas repararon en él y le ofrecieron de sus comidas.

Como había dejado de graznar y estaba tranquilo, dejé de prestarle atención y me centré en mis cosas. Me olvidé de él. 

No sé cuánto tiempo habría pasado, cuando lo oí gritar repentinamente muy asustado. Me di la vuelta enseguida y lo que vi, me dejó estupefacta. 

El grito del pequeño había sido provocado por dos adolescentes malotes que habían ido a molestarlo. Pero en aquel momento un grupo de cuatro o cinco gaviotas adultas que habían estado todo el tiempo sobrevolando la playa, se precipitaron hacia estos chicos dejando claro que el pequeño estaba muy bien protegido. Ellos tuvieron que salir huyendo de allí para evitar salir mal parados de aquel ataque. 

Yo sentí mucha admiración por aquella práctica de crianza. Los adultos habían puesto al pequeño en situación de valerse por sí mismo, de desarrollar su autonomía, a pesar de sus quejas y a pesar de su miedo, porque sabían que era lo mejor para él en ese momento, que era el camino que le tocaba recorrer. Pero no lo habían abandonado, estaban disponibles para él y lo protegían desde la distancia.

A lo largo de todo el recorrido de la infancia de nuestros hijos debemos mantener una actitud similar: ponerlos en situación de desarrollar su autonomía, de crecer como personas, de vencer sus miedos, de llegar cada vez más lejos, a pesar de sus miedos. Y más importante aún: a pesar de nuestros propios miedos. 

Es normal que los niños se resistan, a nadie le gusta salir de la famosa zona de confort, (y si no, que nos lo pregunten a nosotros los adultos, cuando tenemos que enfrentarnos a nuestros miedos) pero por Amor a ellos debemos, debemos a veces darles un empujón. Y eso no quiere decir, ser demasiado severos, o abandonarlos. Podemos estar, como el clan de las gaviotas, presentes y disponibles, protegiéndolos en la distancia, garantizar su seguridad también forma parte de nuestra labor. 

A mi, la naturaleza siempre me da las mejores lecciones, y particularmente en lo que se refiere a la crianza de los hijos, hay muchos animales en los que me fijo y me inspiro. Las águilas, por ejemplo, son un espectáculo haciendo que los aguiluchos salgan del nido a buscar la comida y enseñándoles a cazar al vuelo las presas. 

En el libro «La crianza mínima» hablo bastante de la importancia del desarrollo de la autonomía en los niños y niñas, y de muchas cosas que ello implica. También me refiero a algunas de estas prácticas de crianza en la naturaleza que tanto me inspiran y cuento algunas historias personales acerca del tema, de otras personas y algunas que he presenciado por motivos de mi trabajo como maestra.

Y es que el tema de la autonomía es central si queremos cumplir con una de las funciones más importantes que tenemos los padres y madres durante el camino que compartimos con nuestros hijos: prepararlos para la vida .

Créditos imagen.
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